viernes, 13 de septiembre de 2013

NOVEDAD EDITORIAL LIBRERIA ICARO

HADAMAR, TREBLINKA Y AUSCHWITZ: DE LA "EUTANASIA" A LA "SOLUCIÓN FINAL"
JOSE ANTONIO GARCÍA MARCOS
ISBN: 9788461658084
PRECIO: 14,43 Euros
 
Con Hadamar, Treblinka y Auschwitz: De la "eutanasia" a la "solución final" el autor cierra definitivamente una tetralogía cuyo objetivo ha sido rescatar del olvido a las víctimas más silenciadas del nacionalsocialismo: los enfermos mentales sin posibilidades de curación. Para justificar su matanza sistemática los nazis utilizaron el eufemismo de la eutanasia. Los verdugos de esta masacre fueron los psiquiatras y los médicos nazis. Las enseñanzas que sacaron de ella, la aplicaron después al exterminio de los judíos europeos. Eutanasia y Holocausto están íntimamente vinculados en la actividad criminal del tercer Reich. No es posible entender la Shoah, para la que inventaron el eufemismo de la "solución final a la cuestión judía", sin tener conocimiento del programa de exterminio de los pacientes psiquiátricos. El manicomio de Hadamar representa para la enfermedad mental lo que Auschwitz para el exterminio del pueblo hebreo. Se trata, sin duda, del episodio más trágico de la Historia de la Medicina que debería servir de reflexión en la formación de los médicos de todo el mundo. Como el exterminio de los enfermos incurables sigue siendo uno de los acontecimientos históricos más desconocido del nacionalsocialismo y, al mismo tiempo, es de una gran trascendencia para lo que ocurrió después con los judíos europeos, conviene que no caiga en el olvido. La importancia de la eutanasia en la Alemania nazi reside en cinco hechos fundamentalmente. Uno, se trata del primer asesinato masivo y sistemático orquestado por el gobierno de Hitler nada más comenzar la Segunda Guerra Mundial. Dos, el programa de eutanasia fue el preludio, la antesala o el laboratorio de pruebas para el posterior Holocausto judío. Tres, la matanza secreta de los enfermos incurables provocó un aluvión de protestas por parte de jueces, de militantes del partido nazi y, sobre todo, de las iglesias católica y evangelista que obligó a Adolf Hitler a paralizar su ejecución mediante cámaras de gas. Cuatro, conviene recordar que las cámaras de gas en la Alemania nazi no se inventaron, como suele creerse, para el exterminio de los judíos europeos, sino que previamente se diseñaron para realizar el programa de eutanasia. Por último, este episodio histórico sigue proyectando su alargada sombra sobre el actual debate en torno a la eutanasia y a la forma cómo afrontamos el final de la vida. El desconocimiento del programa de eutanasia se debe a que, por una parte, el exterminio de los judíos europeos, por su magnitud y por su incomprensibilidad, ha eclipsado la matanza de los pacientes ingresados en los manicomios alemanes y, por otra, a que las víctimas de la eutanasia formaban parte del pueblo de los verdugos. Además, no existen relatos de supervivientes del programa de eutanasia, al contrario de lo que ocurre con los supervivientes del Holocausto judío. Muchos de ellos, como Primo Levi o Jean Ámery, dejaron textos estremecedores sobre su paso por los campos de exterminio nazi. Por esta razón, han tenido que pasar muchos años, incluso en la propia Alemania, para que las víctimas de la eutanasia nazi fueran rescatadas del olvido.
 
Los nazis profanaron la idea de la eutanasia que, tradicionalmente, suele estar vinculada a cuatro situaciones clínicas. La primera de ellas se refiere a que el enfermo tenga una enfermedad incurable y, además, padezca un sufrimiento (físico y/o mental) intolerable, con una esperanza de vida limitada. La segunda tiene que ver con que dicho enfermo exprese libre y voluntariamente su deseo de morir. La tercera, si el enfermo no está capacitado mentalmente para expresar sus deseos de cómo afrontar el final, deberá haberlo dejado escrito en un testamento vital o de voluntades anticipadas. En cuarto lugar, es el médico quien valorando el sufrimiento, la escasa esperanza de vida y la voluntad del enfermo de morir, decide poner una inyección letal que provoque la muerte deseada por el paciente. La eutanasia es, por tanto, un acto médico. El programa de eutanasia nazi solo cumplió este último requisito. La llave del gas mortífero estaba en manos de los médicos seleccionados para ejecutar la masacre. Las enfermedades mentales, aunque muchas de ellas incurables en la época, no eran enfermedades terminales; los enfermos tenían un sufrimiento soportable y la mayoría quería seguir viviendo, a pesar de su estado psicopatológico. Pero los jerarcas nazis decidieron que deberían ser excluidos de la comunidad étnica aria y para ello utilizaron un instrumento mortífero, las cámaras de gas, que después sería de gran utilidad en el exterminio de los judíos europeos.
 
Cuando los nazis empezaron a matar a judíos en la Europa del Este lo hicieron mediante el tiro en la nuca. Niños, mujeres, jóvenes, adultos y ancianos, hasta cerca de un millón, fueron asesinados de esta brutal manera. Este método provocó muchos problemas psicológicos y trastornos psicosomáticos en los verdugos, por lo que se vieron obligados a buscar otras formas de asesinato masivo. La solución la encontraron en las cámaras de gas del programa de eutanasia.
 
Los primeros campos de exterminio, encuadrados en la denominada Aktion Reinhard, el principal de ellos es el de Treblinka, fueron gestionados y dirigidos por médicos y personal sanitario que procedía del programa de aniquilación de los enfermos mentales incurables. Uno de ellos fue el doctor Irmfried Eberl. En el programa de eutanasia fue responsable de la muerte de unos 20.000 enfermos. Como comandante de Treblinka se le atribuye el asesinato de unos 250.000 judíos y gitanos. Desde allí solía escribir cartas a su mujer donde le contaba, sin especificarle en qué consistía su nueva misión, el trabajo tan abrumador que le habían encomendado. El campo de exterminio de Auschwitz rompe con esta dinámica e introduce dos elementos novedosos: Por una parte, el gas Zyklon B, en vez del monóxido de carbono que habían utilizado con los enfermos mentales. El Zyklon B provocaba la muerte de forma mucho más rápida y, además, su manejo y su transporte presentaba menos problemas logísticos que el monóxido de carbono. Por otra, el proceso de selección. Antes de exterminar a los judíos europeos, los que estaban en condiciones de trabajar debían ser primero explotados como mano de obra esclava o servir de cobayas para los experimentos médicos. El proceso de selección estaba en manos de los médicos. Al final del libro se relata la visita del autor al manicomio de Hadamar, situado a unos ochenta kilómetros al norte de Fráncfort del Meno, convertido en la actualidad en un memorial (Gedenkstätte) de las víctimas de la eutanasia nazi y al campo de exterminio de Auschwitz. Hadamar, como Auschwitz, debería formar parte de la conciencia de ser europeos.

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