martes, 1 de diciembre de 2015

NOVEDAD SHANGRILA EDICIONES

FALENAS
ENSAYOS SOBRE LA APARICIÓN 2
GEORGES DIDI-HUBERMAN
ISBN: 9788494367274
PRECIO: 24,04 €

“Para pintar esta mariposa”, escribe Vincent a Theo, “tendría que matarla”. Aparece y desaparece. Palpita y erra. Va fatalmente hacia la llama. Tus ojos abiertos son la red que no podrá cazarla, jamás. Pedrería viva, forma móvil, movimiento entrecortado. Primero larva humillada en su cruz, luego crisálida-ninfa arropada en el lienzo de su sepulcro; finalmente, imago resucitada. Su mimetismo es una calamidad; su lujo, una hendidura en la función. Disuelta como el viento, la bruma o la tormenta en una pintura de William Turner. Agujero hacia adelante, resplandor y suplicio de lo dislocado; próxima y ausente como una miniatura, o la huella de un rostro en la santa sábana. La falena vuelve de tu infancia antigua, nace de tu tristeza laboriosa, alza tu vista. Difumina tus párpados para contemplarte. Desoscurece el límite. “La historia del arte es una historia de fantasmas para mayores”, escribe Aby Warburg. Arma su atlas mental en el asilo, rompe la imagen-síntesis, se acuna en la imagen-estela luminosa, en una epidemia imprevisible de semejanzas, imposibles de atar en la cronología y asfixiar en la nomenclatura. “Aperturas opacas”, escribe Blanchot. En Pompeya, los trozos de ceniza negra atesoran una impronta. La lava endurecida del volcán entierra y guarda. Este es un libro sobre la potencia terrible de la cera, el yeso, la grisalla, el sitio imposible donde la imagen quema. Sobre Rilke temblando en sus cuadernos. Sobre el papel como un polen de carne.
En este segundo y último volumen de sus Ensayos sobre la aparición, Georges Didi-Huberman traza las líneas hacia una teoría crítica de la imagen, desde las pinturas rupestres a las instalaciones contemporáneas. Recoge lo menor, detecta síntomas. Busca, como un arqueólogo, las señales de lo que sobrevive entre nosotros.

PERSEVERANCIA
ENTREVISTA CON SERGE TOUBIANA
SERGE DANEY
ISBN: 9788494367281
PRECIO: 19,23 €

Supo que el cine era el lugar del padre muerto. Fue un niño pobre y supo que los pobres eran los pequeños, los que se arreglan solos y se educan a sí mismos, los que agradecen estar en este mundo. El mundo, que no es la sociedad ni la cultura, que es la hormiga en la hierba y el muro carcomido por el sol, lo fascinaba. No creyó en ningún paraíso prometido sino en el tiempo presente. No tuvo ninguna posesión, excepto esos placeres sencillos y no acumulables, esas alegrías simples, que son el escudo y el lujo de los huérfanos. No sabía calcular ni proyectar, armar estrategias, desear el lugar del otro. Porque lo hipnotizaba la singularidad de la experiencia. Todo lo que uno vive, solo lo vive uno y es ese su tesoro, inalienable. Le fueron concedidos treinta años de vida activa, los treinta años del cine moderno que trazan el arco desde Roma, ciudad abierta hasta el asesinato de Pasolini. Se sumergió en la imagen y miró, con todas sus fuerzas miró, su forma. Porque “la forma es deseo, el fondo no es más que la tela cuando ya no estamos ahí”. Desde su margen ignífugo, resistió la academia y la sociedad del espectáculo. Vivió la trampa y el desastre de su generación y debatió con sus propias convicciones, porque el fascismo es imperdonable. Amor u odio no eran una opción: se trata de hacer el bien, sin esperar compensaciones. La enfermedad arrasó su cuerpo. Los huesos estaban marcados; las cartas, también. Aunó una extraordinaria lucidez teórica con el despliegue de una ternura desarmante. Rarísima combinación. Adoraba los nombres de las cosas. Diremos el suyo, cubierto por la arena, para estar menos solos. Serge Daney.

No hay comentarios: