miércoles, 15 de julio de 2009

NOVEDADES DE PRETEXTOS


LOS VIAJES DE GULLIVER
Jonathan Swift.
nº pág. 488.
P.V.P. 25,96

Deán de San Patricio, en Dublín, Jonathan Swift (1667-1745) publicó esta cuádruple fábula en 1726. Desde entonces, sobre todo merced al universal éxito en el ámbito de la literatura infantil de su primera parte, y más concretamente del viaje a Liliput (sólo una fracción de las aventuras y países que inventara este libro), se ha convertido en un clásico de amplísima circulación y en título imprescindible de la sátira social y política, género que también Swift puso en práctica, magistralmente, en obras como Historia de una bañera (1704) o Modesta propuesta para impedir que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres (1729). Típico en él, el autor pone aquí en boca de otros (el libro se publicó anónimamente) opiniones propias y ajenas (los desvaríos y actitudes que tan aceradamente ridiculiza: intrigas palaciegas, degeneración de las costumbres, la hipocresía...) Pronto vemos que bajo la capa de lo divertido laten más graves acentos, tanto más sombríos conforme avanza la acción.No se puede entender esta obra sin el precedente de crónicas de viajeros y descubridores, en época en que Inglaterra era dueña de los mares. Pero como ha señalado Paul Muldoon, Los viajes de Gulliver ha de ser leído, también, a la luz de las antiguas narraciones irlandesas conocidas como immrama, esos relatos de navegaciones extraordinarias de los que El viaje de Bran (Bredan o nuestro San Barandán) o La travesía de Máel Dúin (que adaptara Tennyson) son exponentes.En otras ediciones, la censura o una pudorosa mano eliminaron los episodios más escatológicos de la trama. Esta nueva traducción de Antonio Rivero Taravillo mantiene, en estilo y espíritu, la gracia, el candor y la picardía del original.


¡Vuelvan caras, carajo!
Rafael Baena
ISBN: 978-84-8191-971-4
PÁGINAS: 340
TAMAÑO EN CM: 23 X 15
ENCUADERNACIÓN: RUSTICA / CARTONÉ
PVP: 24,04 €

Durante medio siglo fui uno de esos tipos que desean escribir pero no tienen nada que decir. Ningún tema ni ningún personaje acudieron en mi auxilio para sacarme del marasmo en que se convierte la profesión de periodista tras varios lustros de borronear cuartillas en un vano intento de ordenar el caos del día a día.
Pero de repente, una tarde, al apearme de un caballo que me había regalado unas horas de felicidad, le di unas palmadas de agradecimiento en el cuello y le prometí que si algún día escribía literatura sus congéneres serían protagonistas de primer orden.
Casi por la misma época, al reflexionar sobre la violenta realidad de Colombia, pensé que una forma elegante de explicarla tendría que ser proponer al lector un viaje al pasado, haciéndole ver que la ignorancia asesina y la intolerancia ciega no son fenómenos de los siglos XX y XXI sino que están afincadas en la memoria genética nacional desde hace centurias.
Leí además sobre un escuadrón de caballería rebelde que, tras las guerras de independencia, deambuló por Suramérica alquilando sus lanzas al mejor postor. Escudriñé aquí y allá en busca de más pistas de tan singular historia, pero en medio de la resultante avalancha de fotocopias y versiones contradictorias, la que saltó fue la figura de Juan José Rondón, oficial de la caballería revoluciona-ria de Simón Bolívar, un hombre a carta cabal que hoy, dos siglos después, luce el más precioso trofeo que puede recibir el guerrero de alma generosa: el olvido eterno.
R. B.

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